lunes, 17 de marzo de 2014

Agujetas, barra y espejos...


 Nunca me imaginé que me lanzaría a la aventura de comenzar clases de danza para adultos. Desde el año pasado se ha convertido en una de mis obligaciones favoritas. Es una obligación porque requiere constancia y esfuerzo, por lo menos para mí, pero es una obligación muy dulce y satisfactoria.
Aún recuerdo como leí por casualidad que en mi academia de danza, se impartían este tipo de clases. !Qué bien, pensé! Algo diferente al masificado gimnasio. !Yo quiero apuntarme!.
Mi primer día estaba nerviosa...comenzar a hacer ballet en la treintena se me hacía una aventura, no sólo por la edad (después de un año he comprobado que no tiene importancia, si no quieres ser bailarina profesional, claro está) sino porque la danza, la coordinación y el oído musical nunca han sido mi fuerte. Sin embargo, estaba dispuesta a esforzarme, a sacar lo mejor de mí y a disfrutar sin prejuicio ninguno.
La danza no sólo permite mantenerse en forma físicamente, sino que requiere un estado de concentración casi constante. Poco a poco me di cuenta de que mis objetivos y mis expectativas habían sido ampliamente superadas, no sólo estaba consiguiendo una mejor forma física, tenía un mayor control sobre mi cuerpo sino que me además me permitía trabajar mi estado de concentración, y disfrutar de un modo hasta ese momento desconocido de la música.
Ahora, 30 y pocos años después, creo que gracias a esa decisión me conozco un poco mejor...conozco mis limitaciones pero he aprendido a vivir con ellas y a no dejarme vencer sin intentar algo que me gusta o que puede contribuir a mi bienestar.
Ha resultado una experiencia genial, no es fácil, pero creo que las recompensas son mucho mayores que el esfuerzo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario